domingo, 20 de noviembre de 2011

Una realidad inesperada

(Octava entrada, primer borrador)



Pasaron unos cuantos días para que yo pudiera asimilar la muerte de mi familia. Todo parecía muy confuso, pero no podía lamentar mi pérdida para siempre. La resistencia planeaba un ataque masivo contra el campo de concentración, donde estuve preso junto con Samanta y Fernando.

Con ayuda de la resistencia Samanta logró salir del país. Me sentía mal, pues le había prometido que nunca la dejaría sola. Sin embargo, solo podía pensar en vengarme de los asesinos de mi familia. Los soldados católicos estaban enterados del ataque, ya que alguien les había avisado de nuestro plan.

Sabíamos que era una misión suicida. No superábamos  los 150 soldados, mientras que los militares católicos superaban los 500. Estos estaban mejor preparados que nosotros, pues fueron entrenados para el combate. Los judíos estábamos hartos de los malos tratos, los golpes y las torturas.  

Estábamos perdiendo, pero no podíamos retroceder. Hubo una explosión y perdí el conocimiento. Desperté en un cuarto horrible con una luz tenue; un olor insoportable y cadáveres alrededor.  Algunos soldados me torturaron por varias horas. De alguna forma logré liberarme y salir de aquel cuarto. Me escabullí en aquella fortaleza, ya que donde me encontraba parecía una fortaleza. Por suerte me encontré con un soldado dormido. Lo asfixié hasta la muerte, después le quité sus armas y explosivos.

Me dispuse a causar el mayor daño que pudiera. Tenía claro lo que haría, pero ¿qué más podía hacer? Era lo único que me quedaba, ya que había perdido a mi familia, amigos y conocidos.

Comencé a disparar sin piedad. No recuerdo cuantos soldados asesiné, pues solo me importaba causar el mayor número de bajas enemigas. Recibí cuatro disparos en el pecho. Uno de los soldados enemigos se acercó apuntándome con un arma. Traté de decir algunas palabras. Sin embargo, no lo logré. Comencé a reírme, ya que era lo único que podía hacer.

"¿Qué es lo gracioso?", preguntó el soldado. A esto yo respondí: “Aquí se termina mi historia, pues a diferencia de ustedes yo me dirijo con mi familia. La muerte no es un castigo sino un descanso”.

Observé una luz brillante, y segundos después me encontraba en un lugar desconocido. Escuché una voz, pero no lograba distinguir que decía. Volví la mirada y pudé ver a mi familia saludándome.

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