domingo, 13 de noviembre de 2011

Muerto en vida

(Séptima entrada, final)

Logramos llegar a un pequeño pueblo, donde se encontraban algunos refugiados judíos. Era de esperarse que nos confundira con militares católicos, ya que veníamos en uno de sus vehículos. Nos bajaron del automóvil, pero cuando estaban a punto de matarnos se percataron de la vestimenta que llevábamos. Les explicamos lo que había sucedido. Estaban sorprendidos, pues nadie había logrado escapar con vida de aquel campo de concentración.

Nos dijeron que eran una pequeña resistencia judía, y que hacia un tiempo estaban planeando un ataque al campo de concentración al que ellos llamaban Lecumberri. Tal vez en honor de la cárcel que alguna vez existió en México, pero sencillamente no me interesaba saber el porqué del sobrenombre.

Ducek era el sobrenombre del líder de la resistencia judía, nos ofreció un lugar donde podríamos descansar un poco, pues con mí herida no iríamos muy lejos.  Samanta y yo estábamos cansados, así que nos fuimos a dormir.  

Por la mañana, mí herida ya estaba mejorando gracias a los cuidados de una doctora de la resistencia. Ducek había prometido buscar a mi familia, pues yo llevaba mucho tiempo sin saber de ella. Abordamos un vehículo y nos pusimos en marcha hacia mi casa. Al llegar todo parecía tranquilo, cuando entramos, había sangre por todas partes.

Tenía miedo de lo que podría encontrar, pero debía seguir. Necesitaba saber qué había pasado con  mi familia. De pronto algo llamó mi atención, y para mi sorpresa el cuerpo de mi madre se encontraba en el suelo, pero no estaba sola. Ella tenía abrazado a uno de mis hermanos. Junto a ellos se encontraba mi padre con un balazo en la cabeza. Cuando pensaba que lo había visto todo, me dirigí a la cocina y  encontré a mi hermano mayor en el suelo. Su cara estaba destrozada; sus piernas rotas, y los dedos de las manos totalmente mutilados.

¿Alguna vez se han imaginado perder a su familia? Es lo más doloroso que una persona puede experimentar, y más aún el ver como tu madre, la que te cuidó desde niño, la que te alimentó, la que siempre tenía palabras de aliento, la que te recibía de la escuela con un abrazo, la que por las noches entraba a tu cuarto mientras dormías y te daba un beso en la frente, ahora yacía en el suelo.

Con lágrimas en los ojos regresé con mi madre, y tomándola entre mis brazos, pronuncié las siguientes palabras: “Mami… mamita… ya regresé ¿Por qué no me hablas? ¿Sigues enojada conmigo?  Te prometo nunca más llegar tarde, pero por favor háblame dime que me perdonas, que me quieres, que siempre estarás conmigo, por favor, ¡mamá!”.


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